En la sala amplia,
atravesada por un tenue aroma a jazmín y una luz tibia que acentúa la calidez del
piso de roble, como un susurro lejano se oye una Cantata de Bach.
En la pared beige del
frente, una reproducción de Monet y en la lateral derecha cuelgan, en unos
paneles de corcho, múltiples retratos fotográficos en los que la pose y la
sonrisa son la constante de la serie.
La secretaria acomoda una
pila de papeles y mira la computadora, tal vez está trabajando o jugando al candy crush.
Estoy cómodo en el sillón,
me hundo en esa pana verde, tersa que me envuelve…podría dormir una siestecita.
-
¿Qué
caramelos compraste?
La
pregunta intempestiva y el timbre que acaba de sonar en las antípodas de Bach me
arrancan la posibilidad.
-
Los
que me pediste, murmuro.
-
¿Le
preguntás, por favor, cuándo nos toca?
-
No
seas impaciente, Mecha.
-
Pero
entonces, ¿cómo se si tengo que comerlos ya?
-
Podés
comer uno ahora y listo.
-
No,
no es así.
Se
me queda mirando, esperando. No se si levantarme a preguntar, si tratar de
calmarla o si directamente me como los caramelos yo.
Evalúo
en unas décimas de segundos qué será lo menos costoso, qué facturas puedo
evitar, las ajenas y las propias, porque uno también tiene sus principios y
tampoco puedo estar de acá para allá como un perro faldero. Algo de faldero
igual me reconozco…especialmente en estos últimos meses.
-
Sres.
Santibáñez, dice en voz alta la secretaria, el doctor los hace pasar en unos
momentos. Si quiere puede comer algo dulce, así se puede detectar mejor el
movimiento.
Salvado,
pensé.
Busco
entre aliviado y triunfante los caramelos en la mochila.
Ella
elige uno de durazno. Comienza a comerlo. Callada, mirándome con una seriedad
penetrante, fija. Parecería que tiene la cara partida entre lo duro de los ojos
y el movimiento de la boca.
Momento
pendular: no se si quedarme callado o comentar alguna nota banal de la revista
de decoración que está en el revistero, o alguna de las fotos del panel, tan
contentos, tan iguales. Mejor me callo.
O
le pregunto si quiere otro caramelo.
-¿Querés…?
-
Pará…¡tocá!
Toma
mi mano y veloz la posa en su panza. Puedo sentir los pequeños golpes, suaves, casi
rítmicos.
Una linda viñeta,con descripciones ajustadas y un diálogo realista y en la piel del otro, pero más importante todavía, alegría porque lo hayas subido, esperamos tu vuelta al taller, fuerza.
ResponderBorrarSaludos
Riqui
Muchas gracias por el comentario y el aliento!
BorrarUn beso,
Claudia