En esta noche de sábado, se me ocurrió pensar que algo le debía a ese compañero que me regaló la vida hace ya tantísimos años, le escribo lo que sigue y trato de que le llegue. Me conecto con el diario del partido (en el que sé que sigue militando) para ver si le pueden llegar mis palabras y me encuentro con lo que me encuentro y una tristeza profunda, como irreal en esta noche de lluvia y tormentas me atraviesa el alma. Por más que no lo pueda creer, es su foto y es su despedida, Negro querido, lamento tanto no haber estado aunque más no sea un ratito para abrazar tu final y agradecerte, ojalá que de alguna manera te haya llegado mi gratitud, y si, hasta el socialismo siempre querido compañero... con todo respeto hacia quien, supongo, fue tu compañera los últimos años (Anita): ahí va:
Un capítulo... unas frases, algo para alguien que dio tanto ¿o solo me parece ahora a mí?, tal vez la única persona que realmente me amó con esa urgencia que da la incertidumbre de no saber si el mañana va a existir o sólo va a ser una cadena que encadene hasta el alma o más allá. Tiempo de dictadores. Tiempo de no saber si el un poco más allá del mañana va a existir o es sólo (en ese glorioso momento) el final de todo. O el final de nuestras vidas. Recuerdo el día que hablamos a "calzón quitado", el día que me dijo que él, al conocerme, había pensado que "no podía perderse semejante mujer", y yo, que jamás había oído esas palabras grandilocuentes de nadie para dirigirse a mi, sentí que se me arrugó un poco más el entrecejo y el alma al pensar en ese derrame de ternura. El Negro. El compañero grande como un oso, vulnerable como si fuera un chico, con el que pasábamos días de férrea militancia en los que hasta el tabicarse para no saber el lugar de reunión era una fiesta, un descubrimiento, al menos para mí. Y estudiar sobre el papel de Lech Walesa en el movimiento obrero nos obligaba a una intimidad que se iba estrechando al pasar los días, hasta que descubrimos que a mi me gustaba cómo tocaba la guitarra los domingos a la tarde mientras ¡yo planchaba! ¿puede existir una grandeza más importante que alguien te cante y te toque en la guitarra canciones de protesta mientras una plancha una camisa de uniforme para la hija en edad escolar?, y él sintió la seguridad de que ya podía hablarme más profundo y ofrecerme amor, así a rajatabla, amor para compartir los días y las noches en esa oscura noche de los finales de los setenta. El Negro, militante de hierro, abnegado, convencido hasta la médula, discutiendo para enseñarme que no eran buenos los egoísmos propios de los "pequeños burgueses" que aún se me ocurrían, y él, desposeído, totalmente convencido de por donde pasaba la cosa me cantaba canciones de protesta y me amaba todo un domingo sin tregua sobre una manta cualquiera en un cuarto de tres por tres, y a la vez me iba enseñando cómo vivían los obreros y lo sagrado que era para ellos la familia y los hijos y me llevaba a compartir una comida o todo un día a sus casas para que aprendiera nomás, a ver la realidad de cerca, a tocarla cómo lo hacía con él, a las apuradas y apretando la vida fuerte en mis brazos para que no se escapara. Un año, sólo eso y ¡tanto aprender! y las poesías que me escribía contando cuanto le costaba en esos años aciagos conseguir trabajo... A vos Negro vaya hoy mi reconocimiento y mi gratitud por tanto... y bueno, recién ahora lo sé apreciar. Viste, la verdad siempre sale a la luz, aunque ya sea tarde para los dos. Un gran abrazo.
Mercedes Bianchini
Mercedes, volcaste tu sentimiento en las palabras, un texto escrito con el alma, que te expone en la presencia de lo autobiográfico. No se cuándo es tarde, tal vez sólo cuando ya nadie pueda expresarse, cuando no se pueda escribir. Un cariño.
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