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Taller de lectura y escritura.

sábado, 1 de febrero de 2014

Buen "finde"

Viernes, casi las siete de la tarde. Termina de responder unos mails. Acomoda unos papeles y oye que Emilio saluda desde la puerta, ¡Buen finde!
- Igual para vos, le alcanza a decir. La frase le salió bajita, casi inaudible.
El finde…
No tenía idea qué iba a hacer durante esos dos días que lo separaban de la rutina laboral. Lo más probable era dormir un poco más, jugar en la computadora, mirar tv. Renegar con los chicos, esa era una fija. Otra: enfrentar la demanda de la mujer de alguna salida o de recibir visitas. No sabía cuál de las dos era peor.
A él le gustaba quedarse acovachado, sin necesidad de programa. Y que nadie lo jodiera. Pero, se sabe, la vida familiar no te da esos privilegios.

Las siete y cinco. Levanta la vista. Un desierto de escritorios heterogéneos, con una paleta en la que predomina el gris con algún que otro marrón gastado. Ya volaron todos, alegres porque es viernes. ¿Cómo pueden contentarse por el día? ¿Por qué facebook aparece lleno de lamentos los lunes? ¿Qué es eso de deprimirse domingo por la tarde? ¿Por qué no un martes al mediodía? Si no hace falta calendario para bajonearse.

Y bueno, habrá que enfrentarlo, se viene el “finde”. Se levantó, agarró el libro, la mochila y bajó los cuatros pisos. El ascensor metálico con esa sensación de hermetismo le sumó unos puntos al desasosiego que ya había comenzado a fluir por su cuerpo. Un dolor tenue en el medio del estómago. Se miró en el espejo, que le devolvió unas ojeras acentuadas, un tanto amarronadas, gastadas como los escritorios.

Salió a la calle y el golpe de calor logró acrecentar el malestar.
Esperó el 61 en una fila que no era muy larga, para empalmar con el tren hasta Turdera. Unas cuadras y llegaría a la casa, para pasar el maldito fin de semana.
Al llegar a Constitución volvió a preguntarse, como tantos días, por qué las estaciones de tren tenían la capacidad de combinar edificios de una arquitectura tan magnífica e imponente con una suciedad esparcida por suelos y paredes, con ese olor nauseabundo de una mixtura extraña en la que no faltaba el orín y el aroma del aceite quemado.
La diseminación de puestos callejeros volvían laberíntica la entrada al edificio de la estación para quien no estuviera entrenado. Pero él lo estaba y sorteó sin problemas mesitas y mantas.

Alcanzó el andén cuando estaba a un par de minutos la partida. ¡Que desgracia!, ni siquiera el tren lo ayudaba a retrasar el comienzo del finde.
Llegó a sentarse con la clara convicción de que algún tullido o señora mayor aparecería de un momento a otro. Esta previsión no aumentó tanto su malhumor como algunos rostros de miradas sonrientes que no paraban de mandar mensajes por sus teléfonos celulares. ¿De qué carajo estarán contentos estos? Deben estar meta mandar esos estúpidos emoticones de caritas felices y muchos signos de admiración. Idiotas.

El tren comenzó a deslizarse despacio y poco a poco comenzó a ganar velocidad. Era agradable ver la nada por la ventanilla. Entrecerrar los ojos como para desenfocar la vista; así sólo llegaban manchones de color, formas extrañas que podían ser lo que uno quisiera que fueran.

Ya habían pasado tres estaciones. Una procesión de vendedores ambulantes continuaba ofreciendo desde maní con chocolate, posiblemente derretido, hasta medias, tijeras, linternas, portatarjetas.
El tullido no aparecía y la vieja tampoco. Mala señal.

Se bajo en la estación. Un punto anaranjado terminaba de esconderse en el horizonte. El calor no había cedido, el hormigón lo conservaba. Intacto. Se aflojó la corbata.
Caminó un par de cuadras. Decidió comprar unos cigarrillos en el kiosco de Pavón. No tenía muchas ganas de fumar, pero un pucho le daría unos minutos más antes de llegar a la casa.
Se acodó en una tapia, la mochila le oficiaba de almohadón y encendió un cigarrillo.
Sonó el celular. Tono de mensaje.
“Dónde estás? Llamá”, leyó.
Ni un pucho tranquilo me puedo fumar. Ya empezamos “el finde” con exigencias. Llamá, qué carajo voy a llamar si estoy a tres cuadras de mi casa. Que me dejen de joder.
Terminó el cigarrillo mientras unas adolescentes pasaban por la calle empujándose y gritando.
Dio unos pasos y otro bip de mensaje. Ana. Otra vez. ¿Pero qué le pasa a esta mina hoy? Lo volvió a guardar.
Abrió la puerta y sin llegar a saludar Ana se le vino al humo:
-Che, ¿no te funciona el celular?
-¿Qué es tan urgente, me decís?, ¿Qué pasa, tenía que traer pan lactal o te olvidaste de comprar los huevos?
Ella le clavó una mirada fría, triunfal.
- Internaron a tu viejo, tuvo un infarto. Está en la Clínica Modelo de Lanús.

Agradeció internamente la síntesis sin condolencias.
Cayó en la cuenta de que se había quedado callado, frente a los ojos de Ana que lo miraban esperando. Ella siempre esperaba y él no sabía por qué.
- Bueno, me doy una ducha y voy para allá.
-Tu mamá está en la clínica y tu hermana va a pasar a dejar los chicos para poder ir a verlo.
Sin más se metió en el baño, rápido. Quería tratar de evitar el viaje con la hermana que seguramente iba a estar llorando y él no tenía ganas de soportar emociones que le eran ajenas.

Se cambió y en menos de diez minutos ya estaba nuevamente en la puerta de calle.
Ana lo cruzó.
- ¿No vas a esperar a Julia? Ya debe estar llegando.
- No, quiero ir rápido, tratar de hablar con los médicos, acompañar a mi vieja, mintió.

Salió a la calle. Apuró el paso en las dos primeras cuadras, luego desaceleró. 
Comenzó a caer una garúa fina. Sostenida. 
En la estación semivacía pateó unas piedritas hacia las vías.
Sacó un cigarrillo bajo el techo verde de zinc que la lluvia batía, ahora más intensa, con algún que otro estruendo. 
Se sentó en el andén, viendo las manchas de vapor que se alzaban del piso aún caliente, a esperar que en el policlínico funcionara algún televisor y el "finde", que estaba por comenzar, pasara lo más rápido posible.


Claudia López Barros, 01 de febrero de 2014



6 comentarios:

  1. Interesante y sugerente. Quizás un toque más sobre las razones de la abulia. Julio

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    1. Gracias Profe, por la lectura y la sugerencia.
      Un abrazo, Julio.

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  2. Clau, me gustó mucho lo que escribiste, sobre todo "el finde", real y cruel en su esencia. Cuantas veces deseamos que llegue el lunes para sumergirnos de nuevo en la rutina que nos aleje de la otra rutina del finde con familiares y obligaciones, para colmo, nadie nos paga por ello... beso grande

    Mechaaa!

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    1. Muchas gracias Mercedes por el comentario. Me alegro que te haya llegado.
      Un beso!

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  3. Me gustó, esta muy prolijo y directo, la verdad me llevo la lectura por donde ella queria.

    Natalia

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