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Taller de lectura y escritura.

jueves, 20 de febrero de 2014

La hoja en blanco (dos)

Nos encontramos en el parque casi por casualidad. Nos vimos a la distancia y nos acercamos con pasos solemnes. Juntamos nuestras extremidades y nos refugiamos en un bar cuando la tormenta se desato.
Mi hoja y yo pedimos un café para compartir y nos quedamos así: ella me miraba y yo la miraba a ella, pero no encontramos nada para decirnos. Recordábamos viejas historias, algunas buenas y otras no tanto.
En un arranque de pasión la sostuve por una punta y recordé cuantas veces la había deseado. La tome con ternura. La lluvia rompía en el cristal marcando una cadencia melancólica la tome por el centro y la apreté con mi cuerpo. La saque a bailar y parecíamos una pareja de tango: movimientos exactos, la llene de caricias y le susurre mil cuentos
Ella me tomo por el hombro y cubriéndome el torso me marcaba una caricia propia del amor. A veces me cubría la cara y me obligaba a pensar. Pero yo no quería pensar, yo quería sentir con todo mi ser.
La lluvia fue amainando así como nuestro romance. Y la deje sola ahí en una mesa de bar.

Natalia Bolasell

19/2/2014

martes, 18 de febrero de 2014

Adiós al compañero

En esta noche de sábado, se me ocurrió pensar  que algo le debía a ese compañero que me regaló la vida hace ya tantísimos años, le escribo lo que sigue y trato de que le llegue. Me conecto con el diario del partido (en el que sé que sigue militando) para ver si le pueden llegar mis palabras y me encuentro con lo que me encuentro y una tristeza profunda, como irreal en esta noche de lluvia y tormentas me atraviesa el alma. Por más que no lo pueda creer, es su foto y es su despedida, Negro querido, lamento tanto no haber estado aunque más no sea un ratito para abrazar tu final y agradecerte, ojalá que de alguna manera te haya llegado mi gratitud, y si, hasta el socialismo siempre querido compañero... con todo respeto hacia quien, supongo, fue tu compañera los últimos años (Anita): ahí va:

Un capítulo... unas frases, algo para alguien que dio tanto ¿o solo me parece ahora a mí?, tal vez la única persona que realmente me amó con esa urgencia que da la incertidumbre de no saber si el mañana va a existir o sólo va a ser una cadena que encadene hasta el alma o más allá. Tiempo de dictadores. Tiempo de no saber si el un poco más allá del mañana va a existir o es sólo (en ese glorioso momento) el final de todo. O el final de nuestras vidas. Recuerdo el día que hablamos a "calzón quitado", el día que me dijo que él, al conocerme, había pensado que  "no podía perderse semejante mujer", y yo, que jamás había oído esas palabras grandilocuentes de nadie para dirigirse a mi, sentí que se me arrugó un poco más el entrecejo y el alma al pensar en ese derrame de ternura. El Negro. El compañero grande como un oso, vulnerable como si fuera un chico, con el que pasábamos días de férrea militancia en los que hasta el tabicarse para no saber el lugar de reunión era una fiesta, un descubrimiento, al menos para mí. Y  estudiar sobre el papel de Lech Walesa en el movimiento obrero nos obligaba a una intimidad que se iba estrechando al pasar los días, hasta que descubrimos que a mi me gustaba cómo tocaba la guitarra los domingos a la tarde mientras ¡yo planchaba! ¿puede existir una grandeza más importante que alguien te cante y te toque en la guitarra canciones de protesta mientras una plancha una camisa de uniforme para la hija en edad escolar?, y él sintió la seguridad de que ya podía hablarme más profundo y ofrecerme amor, así a rajatabla, amor para compartir los días y las noches en esa oscura noche de los finales de los setenta. El Negro, militante de hierro, abnegado, convencido hasta la médula, discutiendo para enseñarme que no eran buenos los egoísmos  propios de los "pequeños burgueses" que aún se me ocurrían, y él, desposeído, totalmente convencido de por donde pasaba la cosa me cantaba canciones de protesta y me amaba todo un domingo sin tregua sobre una manta cualquiera en un cuarto de tres por tres, y a la vez me iba enseñando cómo vivían los obreros y lo sagrado que era para ellos la familia y los hijos y me llevaba a compartir una comida o todo un día a sus casas para que aprendiera nomás, a ver la realidad de cerca, a tocarla cómo lo hacía con él, a las apuradas y apretando la vida fuerte en mis brazos para que no se escapara. Un año, sólo eso y ¡tanto aprender! y las poesías que me escribía contando cuanto le costaba en esos años aciagos conseguir trabajo... A vos Negro vaya hoy mi reconocimiento y mi gratitud por tanto... y bueno, recién ahora lo sé apreciar. Viste, la verdad siempre sale a la luz, aunque ya sea tarde para los dos. Un gran abrazo.

Mercedes Bianchini

sábado, 15 de febrero de 2014

La hoja en blanco

Escribir. Cerrarlos ojos y escribir. Poner el pecho sobre la mesa, abrirlo como una flor y escuchar los sonidos que canta para poder transformarlos en prosa.

Cerrar los ojos bien fuertes y sentir la voz del viento arremolinándose tras el cristal de la ventana, golpeando levemente el vidrio para que se mezcle con la tinta y mi sangre.

Hablar con los pájaros y mariposas que revolotean entre las flores de mi jardín imaginario donde los papeles crecen en un árbol.

Reescribir las palabras profundas de un buen amigo conservando el recuerdo de alguna noche de picada y vino.
Escribir, no importa de que ni como, solo escribir.
  
Natalia
15-2-2014


sábado, 1 de febrero de 2014

Buen "finde"

Viernes, casi las siete de la tarde. Termina de responder unos mails. Acomoda unos papeles y oye que Emilio saluda desde la puerta, ¡Buen finde!
- Igual para vos, le alcanza a decir. La frase le salió bajita, casi inaudible.
El finde…
No tenía idea qué iba a hacer durante esos dos días que lo separaban de la rutina laboral. Lo más probable era dormir un poco más, jugar en la computadora, mirar tv. Renegar con los chicos, esa era una fija. Otra: enfrentar la demanda de la mujer de alguna salida o de recibir visitas. No sabía cuál de las dos era peor.
A él le gustaba quedarse acovachado, sin necesidad de programa. Y que nadie lo jodiera. Pero, se sabe, la vida familiar no te da esos privilegios.

Las siete y cinco. Levanta la vista. Un desierto de escritorios heterogéneos, con una paleta en la que predomina el gris con algún que otro marrón gastado. Ya volaron todos, alegres porque es viernes. ¿Cómo pueden contentarse por el día? ¿Por qué facebook aparece lleno de lamentos los lunes? ¿Qué es eso de deprimirse domingo por la tarde? ¿Por qué no un martes al mediodía? Si no hace falta calendario para bajonearse.

Y bueno, habrá que enfrentarlo, se viene el “finde”. Se levantó, agarró el libro, la mochila y bajó los cuatros pisos. El ascensor metálico con esa sensación de hermetismo le sumó unos puntos al desasosiego que ya había comenzado a fluir por su cuerpo. Un dolor tenue en el medio del estómago. Se miró en el espejo, que le devolvió unas ojeras acentuadas, un tanto amarronadas, gastadas como los escritorios.

Salió a la calle y el golpe de calor logró acrecentar el malestar.
Esperó el 61 en una fila que no era muy larga, para empalmar con el tren hasta Turdera. Unas cuadras y llegaría a la casa, para pasar el maldito fin de semana.
Al llegar a Constitución volvió a preguntarse, como tantos días, por qué las estaciones de tren tenían la capacidad de combinar edificios de una arquitectura tan magnífica e imponente con una suciedad esparcida por suelos y paredes, con ese olor nauseabundo de una mixtura extraña en la que no faltaba el orín y el aroma del aceite quemado.
La diseminación de puestos callejeros volvían laberíntica la entrada al edificio de la estación para quien no estuviera entrenado. Pero él lo estaba y sorteó sin problemas mesitas y mantas.

Alcanzó el andén cuando estaba a un par de minutos la partida. ¡Que desgracia!, ni siquiera el tren lo ayudaba a retrasar el comienzo del finde.
Llegó a sentarse con la clara convicción de que algún tullido o señora mayor aparecería de un momento a otro. Esta previsión no aumentó tanto su malhumor como algunos rostros de miradas sonrientes que no paraban de mandar mensajes por sus teléfonos celulares. ¿De qué carajo estarán contentos estos? Deben estar meta mandar esos estúpidos emoticones de caritas felices y muchos signos de admiración. Idiotas.

El tren comenzó a deslizarse despacio y poco a poco comenzó a ganar velocidad. Era agradable ver la nada por la ventanilla. Entrecerrar los ojos como para desenfocar la vista; así sólo llegaban manchones de color, formas extrañas que podían ser lo que uno quisiera que fueran.

Ya habían pasado tres estaciones. Una procesión de vendedores ambulantes continuaba ofreciendo desde maní con chocolate, posiblemente derretido, hasta medias, tijeras, linternas, portatarjetas.
El tullido no aparecía y la vieja tampoco. Mala señal.

Se bajo en la estación. Un punto anaranjado terminaba de esconderse en el horizonte. El calor no había cedido, el hormigón lo conservaba. Intacto. Se aflojó la corbata.
Caminó un par de cuadras. Decidió comprar unos cigarrillos en el kiosco de Pavón. No tenía muchas ganas de fumar, pero un pucho le daría unos minutos más antes de llegar a la casa.
Se acodó en una tapia, la mochila le oficiaba de almohadón y encendió un cigarrillo.
Sonó el celular. Tono de mensaje.
“Dónde estás? Llamá”, leyó.
Ni un pucho tranquilo me puedo fumar. Ya empezamos “el finde” con exigencias. Llamá, qué carajo voy a llamar si estoy a tres cuadras de mi casa. Que me dejen de joder.
Terminó el cigarrillo mientras unas adolescentes pasaban por la calle empujándose y gritando.
Dio unos pasos y otro bip de mensaje. Ana. Otra vez. ¿Pero qué le pasa a esta mina hoy? Lo volvió a guardar.
Abrió la puerta y sin llegar a saludar Ana se le vino al humo:
-Che, ¿no te funciona el celular?
-¿Qué es tan urgente, me decís?, ¿Qué pasa, tenía que traer pan lactal o te olvidaste de comprar los huevos?
Ella le clavó una mirada fría, triunfal.
- Internaron a tu viejo, tuvo un infarto. Está en la Clínica Modelo de Lanús.

Agradeció internamente la síntesis sin condolencias.
Cayó en la cuenta de que se había quedado callado, frente a los ojos de Ana que lo miraban esperando. Ella siempre esperaba y él no sabía por qué.
- Bueno, me doy una ducha y voy para allá.
-Tu mamá está en la clínica y tu hermana va a pasar a dejar los chicos para poder ir a verlo.
Sin más se metió en el baño, rápido. Quería tratar de evitar el viaje con la hermana que seguramente iba a estar llorando y él no tenía ganas de soportar emociones que le eran ajenas.

Se cambió y en menos de diez minutos ya estaba nuevamente en la puerta de calle.
Ana lo cruzó.
- ¿No vas a esperar a Julia? Ya debe estar llegando.
- No, quiero ir rápido, tratar de hablar con los médicos, acompañar a mi vieja, mintió.

Salió a la calle. Apuró el paso en las dos primeras cuadras, luego desaceleró. 
Comenzó a caer una garúa fina. Sostenida. 
En la estación semivacía pateó unas piedritas hacia las vías.
Sacó un cigarrillo bajo el techo verde de zinc que la lluvia batía, ahora más intensa, con algún que otro estruendo. 
Se sentó en el andén, viendo las manchas de vapor que se alzaban del piso aún caliente, a esperar que en el policlínico funcionara algún televisor y el "finde", que estaba por comenzar, pasara lo más rápido posible.


Claudia López Barros, 01 de febrero de 2014