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Taller de lectura y escritura.

martes, 22 de octubre de 2013

Letras fugaces


El desafío: 
componer esos blancos que van dejando estas letras que se dan a la fuga.


martes, 15 de octubre de 2013

La vida es una mierda



La vida es una mierda, creéme, te lo digo yo que sé bien de que hablo, yo que la lloré mas de mil noches y la toque, apenas, más de diez veces.
Te lo digo porque me dejo con la boca llena de palabras, frases enteras en la boca, boca que no pude abrir; porque me grabo en la yema de los dedos varias tersuras que no volví a conseguir y que hoy no recuerdo por el tacto sino por esa acción cobarde de no tocar.
Te lo digo porque más de una vez me tomo desprevenida sin avisos, sin señales; pero la verdadera amargura es verla agotarse, desmoronarse, consumirse, degradarse, desgastarse y extinguirse.
Te lo digo porque lo único que te deja es esa silla fría, áspera e incómoda donde vas a esperar la próxima muerte
14/11/12

Natalia Bolasell

jueves, 10 de octubre de 2013

El vicio de su sombra


Prisionero y carcelero
Voces egoístas
son muralla
Prisionero y carcelero
Enmudeces mis palabras.
Intocables mis ansias
¿Que importa llegar
por los cielos?
Ser ave, aroma o melodía.

Percibe,
En el ritmo este canto
Recibe,
en la fragancia mis labios.

Prisionero y carcelero
Vuelan mis antojos
por tus gestos
revolotea mi anhelo
en tu rechazo.

Presa inalcanzable
seduces sin ojos
Envuélves sin brazos
Imán del silencio
Congelado:
Reclúyeme en el vicio
De mantenerme tras tu sombra.











Sol Corbalan

miércoles, 9 de octubre de 2013

El padre

  Siente que los pies se agarran fuerte al piso del vagón. Se agarran, porque parecen las patas de un águila que tratan de aferrarse a la rama alta de un árbol que encontró en su vuelo rasante. Hasta puede imaginarse cómo los dedos se abren y las uñas tratan de enterrarse en los zapatos que están clavados en ese piso que de pronto enloqueció junto a toda la maquinaria que componen el vagón del tren. Todo se mueve tan rápido que cree, va a enloquecer. Ella había subido en el andén de la misma estación de siempre, ahora se hallaba en esa vorágine desconocida que la envuelve, la deshace, la une y la lanza por última vez al asiento. Por momentos pasan las casas y los árboles por la ventanilla con tanta prisa que no alcanza fijar la vista en nada, los ojos en un constante ir y venir sin atrapar un punto fijo, luego es un ritmo conocido el que le traquetea en la cabeza, el movimiento normal que utiliza el tren cuando marcha, por momentos un poco más rápido, comienza a aflojar la marcha cuando se aproxima a las estaciones, como afloja ella la garra que eran sus pies en los zapatos.
  Baja en la estación que la deja a tres cuadras de su casa. Llega a ella con rapidez y al abrir la puerta larga su cotidiano:
  ─ Mamáaaa, ya llegué -mientras se descalza y va hasta su habitación a cambiarse de ropa.
  Una voz de hombre le contesta:
  ─ Hola hija, ¿cómo estás? ¿cansada?
  La muchacha desde la habitación, sacándose la ropa a medias, se queda tiesa en la postura de desabrocharse la camisa, con un hilo de voz pregunta: 
   ─¿Mamá? -pero la voz del hombre se empecina en volver a llamarla hija, y en preguntarle cómo está-. Cómo ella no le contesta, le confirma:
   ─ Mamá no está, fue a hacer unas compras para la cena. 
     Luego de un rato que se alarga más de la cuenta, ella, desde el fondo de su garganta emite algo así cómo un quejido, el ruido de un animal lastimado y logra preguntarle quién es mientras sale, volviéndose a abrochar la camisa para encontrarse con el intruso que le hace tal broma pesada.
  El hombre está parado en el umbral de la puerta que va de la cocina al living y le sonríe, amigable. Ella lo mira de abajo hacia arriba, siente otra vez la sensación de que algo la va a desarmar de nuevo, alcanza a percibir que se marcha en un desmayo, suave y ligero que el sillón atrapa sin dejarla caer en el piso de maderas de la casa conocida.
    Intenta abrir los ojos y antes de terminar de hacerlo se dice que ya está, que ya pasó, que los va a abrir y va a estar su madre sentada al lado, preocupada, preguntándole que le pasa, tal vez tenga fiebre, tal vez el tiempo cambiante le haya afectado la salud. No, el que sigue estando allí es el hombre que le sacude los hombros y la llama para que vuelva en sí. Quedan los dos frente a frente, mirándose a los ojos y ella no puede hacer otra cosa que rendirse a la evidencia, el que está con ella allí es su padre, lo reconoce por los ojos que tiene grabados no sabe en que lugar de su memoria, en que espacio recóndito del alma, porque su padre murió cuando ella tenía tan pocos años, que es imposible recordar cómo era.
  Muchas veces sueña que él no ha muerto. Que vuelve después de un largo viaje a seguir jugando a armar casitas para muñecas , o para comentarle que le gusta cómo es, rebelde y luchadora cómo él. Otras veces, en la vigilia de las mañanas, imagina cómo hubiera sido la relación entre los dos si él no hubiera muerto, qué cosas hablarían, que harían juntos al ir trepando los dos por las calles de la vida cotidiana; por eso ahora lo reconoce. O tal vez por las fotos, o por tantos momentos que la madre le ha ido juntando, para armar la historia de su vida sin el padre, para que el recuerdo de la mujer que fue su esposa la ayude a ella,hija, a construir su imagen, "si a uno no lo recuerdan vuelve a morirse una vez y otra y otra", dice siempre la madre.
  Lo abraza, le pregunta porqué tardó tanto, le cuenta que siempre le hizo falta y el se ríe con la misma risa de las fotos, pero veinte años más vieja. Ella no puede apartar la vista de él, ni parar de hacerle preguntas que él no alcanza a responder. Decide correr a contarle a la madre que su padre está vivo,  él le toma con dulzura las manos y le dice que espere, que salgan ellos a caminar un rato por el barrio, que le muestre cómo viven, cómo está todo en estos veinte años que pasaron desde su muerte. Ella quiere quejarse y pedirle que no hable así, que si se hubiera muerto, ahora no estaría hablando con ella, que lo abraza, que le acaricia la cara con algunas arrugas, que le dice "pa, papá papito que alegría tenerte", en vez de pedirle que no hable de la muerte.
  Salen a las calles que ya tienen ese tinte oscuro que anticipa la noche, en medio del crepúsculo. Las flores de los tilos desparraman  con su aroma, la primavera que nace tibia.  Se escucha a lo lejos una canción que le cuenta al hijo lo que sintió el padre cuándo el nació. La voz de Ciro, la vuelve a acunar en un abrazo, cómo lo hace ahora el hombre que camina a su lado y le habla sin dejar de sonreir, de acompañarla en el mismo balanceo del paso relajado, de besarle la cara y el pelo, cómo si quisiera hacerse perdonar esos veinte años de ausencia.
  Tanto tiempo caminan que las piernas le empiezan a pesar. Ella sabe que ya es muy tarde y que no podrá madrugar si no regresan ya, le dice al padre que no puede faltar al trabajo, además, la madre empezaría a preocuparse, él le confirma que entiende, que ya tendrán mucho tiempo para hablar.
  Llegan a la casa, la madre ya descansa en su cuarto, harta de esperar, la cena servida en el plato tapado para que no pierda el calor. Ella pone un cubierto y un plato más y divide en partes iguales la comida para cada uno, luego de cenar lo vuelve a abrazar y se prepara la cama en el sofá.
  ─ Vos dormí en mi cuarto, no te preocupés, papá.
  Cae tan rendida en la cama improvisada que no tarda en dormirse, antes, pone la alarma que todas las mañanas la despierta con la misma canción, y cuando empieza a sonar a ella le parece que hace veinte minutos que se acostó. Se despierta a medias y corre a prepararse un café antes de ducharse. En el trayecto que va desde el living al baño, recuerda lo que pasó la noche anterior, para asegurarse que todo esté bien, pasa antes por su cuarto. La cama, tendida, prolija como siempre se la deja su madre, la despabila antes que el café. El grito surge limpio, rotundo:
  ─ ¡Mamá!
  Y la fuerza de la exclamación le lleva todo el aire que tiene adentro. Pregunta que le pasa, a ella, a la madre, al mundo dado vueltas que le confunde las cosas. Se calma cuando el abrazo de la madre le contiene el impulso de salir corriendo, de buscar en todas las habitaciones, en todas las calles aledañas, hasta dar con él.
  ─ ¿Qué fue mamá? ¿Qué fue lo que pasó? -pregunta, ya calmada, sabiendo que la madre no puede contestarle por que tampoco sabe.
  Transcurre todo cómo los días anteriores y cómo los que vendrán; recién cuando llega al anden de la estación de siempre, lo cotidiano le devuelve la esperanza: si sube al tren en el que viaja a diario, en el mismo horario, puede ser que vuelva a repetirse lo mismo de ayer, hoy o mañana o cualquier día de estos.


lunes, 7 de octubre de 2013

Aire

Cómo sería no desear, no palpar, no tocar,
como  sería no sentir, no vibrar,
no tener
ganas de comer
ni ganas de coger
ni lamer 
ni oler bien.
Anular el deseo, descansar,
flagelarse con flores en vez de guardar
odios, impotencias, pasión
¿sería descansar?
¿sería no depender de la urgencia 
de gustar, de desear, de no arder?
¿cómo sería?
¿sería por fin vivir en libertad?

Mercedes Bianchini, agosto 2013