Bajé apurado los escalones.
Subí de un salto. Escuché las puertas
cerrarse detrás mío.
Me senté de contrafrente en los bancos de varillas barnizadas.
Saqué el libro.
Saqué el libro.
La velocidad del andar se
trasladaba al ritmo de la lectura, cada vez más intenso.
Hasta que llegaron los chinos.
Y el olor artificial de limón.
Claudia López Barros, junio de 2014